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Libro de Ocultismo: Clavículas de Salomón ( Grimonio)

La clavícula de Salomon es una formula para invocar espiritus o para espantarlos, supuestamente gozando de la proteccion de dios. 

La llave menor de Salomón o Lemegeton Clavicula Salomonis (la "Clavicula Salomonis" o Llave de Salomón, es un libro anterior a éste) es un grimorio anónimo del siglo XVII, y uno de los más populares libros de demonología. Ha sido largamente conocido como el Lemegeton, aunque ese nombre es considerado incorrecto.
Aunque apareció en el siglo XVII, muchos de sus textos datan del siglo XVI, incluyendo el Pseudomonarchia daemonum, de Johann Weyer y grimorios de la baja edad media. Se cree que libros de la cábala judíos y de misticismo musulmán también fueron inspiraciones. Algo del material, en la primera sección, acerca de la invocación de demonios, es del siglo XIV o anterior.
El libro proclama haber sido escrito por el Rey Salomón, aunque esto es certeramente incorrecto. Los títulos de nobleza asignados a los demonios no existían en esa época, así como tampoco las alabanzas a Jesús y a la Santísima Trinidad incluidas en el texto.
La llave menor de Salomón contiene detalladas descripciones de espíritus, así como los conjuros necesarios para invocarlos y hacer lo que el conjurador (aquí llamado exorcista) los obligue a hacer. En él se detallan los círculos protectores y los rituales que deberán hacerse, las acciones necesarias para evitar que los espíritus tomen el control, las preparaciones previas a la invocación y las instrucciones para hacer los objetos que se emplearán en el ritual.
Las copias originales del libro se diferencian notablemente en los detalles y en los nombres de los espíritus. Ediciones más modernas pueden ser encontradas impresas o en Internet.
Goetia, la llave menor del Rey Salomón (Clavicula Salomonis Regis) es la traducción de 1904 por Samuel Mathers y Aleister Crowley. Es esencialmente un manual de instrucciones para invocar a más de 72 espíritus diferentes.

Ars Goetia

La primera sección, llamada ars goetia contiene las descripciones de los setenta y dos demonios que Salomón dice haber invocado y encerrado en una vasija de bronce sellada mediante símbolos mágicos, y que obligó a trabajar para él. En él, se enseña a construir una vasija de similares características, y a usar las fórmulas mágicas para llamar a estos demonios de forma segura.
Esta parte trata de la invocación de toda clase de espíritus, buenos, indiferentes y malvados; sus ritos de entrada son los de Paimon, Orias, Astaroth, y toda la corte del infierno. La segunda parte Theurgia Goëtia, trata sobre los espíritus de los puntos cardinales y sus inferiores. Ellos tienen naturalezas mezcladas, algunos buenos y algunos malos.
El ars goetia asigna un rango y un título de nobleza a los miembros de la jerarquía infernal, y un signo "al que deben lealtad" (más conocido como sello). La lista de entidades en el ars goetiaSteganographia de Trithemius del 1500, del Pseudomonarchia daemonum de Johann Weyer y en el apéndice de las últimas ediciones del De Praestigiis Daemonum de 1563. corresponden (a veces más, a veces menos dependiendo de la edición) a los del a los del Steganographia de Trithemius del 1500, del Pseudomonarchia daemonum de Johann Weyer y en el apéndice de las últimas ediciones del De Praestigiis Daemonum de 1563.

Una versión revisada en inglés csm fue publicada por Aleister Crowley en 1904, como 'El libro de goetia del Rey Salomón', que le sirvió como un componente clave en su popular e influenciador concepto de Magick.

Ars Teúrgia Goetia

El Ars teúrgia goetia (o "el arte de la teúrgia goetica"), es la segunda sección de la llave menor del Rey Salomón. Explica los nombres, características y sellos de los 31 espíritus aéreos (llamados jefes, emperadores, reyes y príncipes) que el Rey Salomón invocó y encerró, las protecciones contra ellos, los nombres de sus espíritus sirvientes, llamados duques, los conjuros para invocarlos y su naturaleza, que puede ser buena o mala.
Su objetivo es descubrir cosas ocultas, los secretos de las personas, u obtener, llevar o hacer cualquier cosa que el conjurador les pida. No tienen un orden claro en el libro, y sus nombres varían según la traducción.

Ars Paulina

Ars paulina (o el arte de Pablo) es la tercera parte del libro. Según la leyenda, esta parte fue descubierta por el Apóstol Pablo, pero en el libro es mencionado como "El arte Paulino del Rey Salomón". El Ars Paulina era conocido desde la edad media. Esta dividido en dos partes en este libro.
El primer libro trata sobre los ángeles de cada hora del día (ambos día y noche), sus sellos, su naturaleza, la relación de cada ángel con los 7 planetas descubiertos hasta ese entonces, los aspectos astrológicos para invocarlos, sus nombres (en un par de casos, los mismos del ars goetia), su conjuración e invocación.
La segunda parte concierne a los ángeles que dominan cada signo del zodiaco, y cada grado de los signos, su relación con los cuatro elementos (Tierra, Aire, Fuego y Agua), sus nombres y sus sellos. Son llamados los ángeles del hombre, ya que cada persona nace bajo un signo, con el sol en un grado diferente.

Ars Almadel

El Ars Almadel (o "El arte del Almadel") es la cuarta parte de La llave menor de Salomón. En él se explica cómo hacer el Almadel, la cual es una tablilla de cera con sellos protectores en ella. En ella se colocan cuatro velas. Este capítulo trata, además, sobre los colores, materiales y rituales necesarios para la construcción del almadel y las velas.
El Ars Almadel también explica qué ángeles pueden ser invocados, y que sólo se les pueden pedir cosas razonables y justas. En este también se menciona a doce príncipes que gobiernan con ellos. Las fechas y los aspectos astrológicos que tienen que ser considerados los más convenientes para invocar a los ángeles son detallados, pero brevemente.
El autor afirma haber experimentado con lo que es explicado en este capítulo.


Ars Notoria

El Ars Notoria (el "Arte notable") es la quinta y última parte del libro. Es un grimorio conocido desde la edad media. En el libro se afirma que su contenido fue dado al Rey Salomón de parte de Dios, por medio de un ángel.
Esta parte contiene una colección de oraciones (algunas de ellas divididas en muchas partes) mezcladas con cabalismo y palabras mágicas en diferentes lenguajes (como griego o hebreo). El texto indica cómo deben de ser pronunciadas, y la relación que estos rituales tienen con todas las ciencias. También se menciona las fases de la luna en que pueden usarse estas oraciones. Según el libro, la ortografía correcta de los rezos da el conocimiento de la ciencia relacionada con cada uno y también una buena memoria, la estabilidad de mente, y la elocuencia. Este capítulo impide sobre los preceptos que tienen que ser observados para obtener un buen resultado.
Por último, se cuenta cómo fue que el rey Salomón recibió la revelación del ángel.






Princesa Vampirica de Rosa Luz Lopez Ruiz

Princesa Vampirica es un Poema de vampiros su autor es uno/a de nuestros lectores cuyo nombre es Rosa Luz Lopez Ruiz (Periodista y Tarotista). Los dejo a continuación con este bello poema vampírico y oscuro.





PRINCESA VAMPIRICA 
(ROSA LUZ LOPEZ RUIZ (CHILE))

I

Cae la noche
el Gólgota exprime los besos
cansados
de un Cristo desnudo
y muerto.


II

Pirámides y faraones
permanecen fríos,
Egipto late en el Tiempo
Mar Rojo, río Nilo.


III

Precarios saltamontes
bendicen el vacío
la muerte ya no es
muerte sino estío…


IV

Nueve cruces,
diez caminos,
un carruaje
se abre paso en medio de la noche.


V

Los lobos aúllan
en el pavor nocturno
su más dulce canción de amor y
muerte…


VI

Ellos están despiertos,
esperando a los vivos,
contorsionando una danza
Húngara sobre el valle de Pedrusca.


VII

¡Silencio!,
los muertos avanzan,
y yo me deleito en verlos,
deseando unir mi vida a ellos…


VIII

La sangre,
el honor,
el deseo,
la gloria
debaten un jolgorio en mi puerta,
porqué tras los sueños
vislumbro la silueta
del verdadero amor
y recuerdo con pena
que un día fui la Maestra….


IX

Pero cuidado,
no os engañéis,
los vampiros pertenecen
a diversas castas
los hay puros e impuros,
buenos y malos,
físicos y energéticos,
dulces y amargos…


X

Princesa abre tu corazón
a la voz del silencio,
pon oído a la mística
de los recuerdos
y entrégate al devaneo
de los versos clásicos
que te evocan
más allá de los sueños,
más allá de los libros,
más allá de los recuerdos….


XI

Vampiros…
Hermanos y hermanas
de otros Tiempos
sean bienvenidos
a mi puerta
porque ya no les temo.


XII

El círculo
está abierto,
el karma
ha sido absuelto,
el alma
domina al cuerpo,
tened paciencia,
la mente evoca
pasados recuerdos,
¡les suplico ayúdenme
a recordar!.
XIII
Ave Nostrum
Ave Matter
Ave Sacro Misterium
Secularem
pronobis


XIV

Sepulcro abierto,
fogata ardiendo,
caldero hirviendo,
en la noche vasta,
la princesa vampírica
ha vuelto…
¡Alégrense!
¡la muerte no existe!
no pasa de un mero sueño.


XV

La sangre es vida
y la vida un eterno ciclo
de reencarnación,
los muertos ya no están muertos,
los muertos caminan entre los vivos,
la sangre es vida,
y la vida iniciación.


XVI

¡Noche entrega tus misterios!
asalta de una vez
al ingenuo y torpe viajero,
y sacia nuestra sed
por entero…


Amanece… no importa ,
Canta el gallo y
seguimos despiertos,
-una dulce sonrisa…
-Buenos días…
Miradas que se cruzan,
vivos y muertos
conversan…
A lo lejos
un carruaje inicia
su viaje
todo vuelve al comienzo

Amor de Vampiros
siniestro
si pudiera quitar
de mi corazón
lo que siento…

Consignata:
¡Salve Matter!
vuestra libertad,
vade retro el anclar
mis amados vampiros:
-“Sois libres, libres
de volar…
y libres al fin
también para amar”.



Rosa Luz Lopez Ruiz


Más Poemas de nuestros Lectores aquí.

I. De la oscuridad (Herbert West, Reanimador) H.P Lovecraft

Herbert West: Reanimador es un relato de terror en seis capítulos escrito por H. P. Lovecraft en 1922. El segundo capítulo, El demonio de la peste fue publicado originalmente en una revista de la época como relato corto autoconclusivo, pero posteriormente fue seguido del resto de capítulos, lo que explica que cada uno de ellos sea una historia individual sobre las andanzas del protagonista. El relato narra los resultados de las investigaciones del Dr. Herbert West sobre la muerte y la reanimación de los cuerpos, desde sus tiempos de estudiante en la ficticia Universidad Miskatonic hasta poco después de la Primera Guerra Mundial.
Sin ser uno de los relatos más largos del autor, Herbert West: Reanimador ha servido de inspiración para, por lo menos, tres películas: Re-Animator (1985), La Novia de Re-Animator (1990) y Beyond Reanimator (2003).
De la Oscuridad es el Primero de 6 Capítulos que contiene este Relato de Terror de H.P Lovecraft.




 
HERBERT WEST, REANIMADOR
H. P. Lovecraft

I. DE LA OSCURIDAD


De Herbert West, amigo mío durante el tiempo de la universidad y posteriormente, no puedo hablar sino con extremo terror. Terror que no se debe totalmente a la forma siniestra en que desapareció recientemente, sino que tuvo origen en la naturaleza entera del trabajo de su vida, y adquirió gravedad por primera vez hará más de diecisiete años, cuando estábamos en tercer año de nuestra carrera, en la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic de Arkham. Mientras estuvo conmigo, lo prodigioso y diabólico de sus experimentos me tuvieron completamente fascinado, y fui su más íntimo compañero. Ahora que ha desaparecido y se ha roto el hechizo, mi miedo es aún mayor. Los recuerdos y las posibilidades son siempre más terribles que la realidad.


El primer incidente horrible durante nuestra amistad supuso la mayor impresión que yo había llevado hasta entonces, y me cuesta tenerlo que repetir.
Ocurrió, como digo, cuando estábamos en la Facultad de Medicina, donde West se había hecho ya famoso con sus descabelladas teorías sobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de vencerla artificialmente. Sus opiniones, muy ridiculizadas por el profesorado y los compañeros, giraban en torno a la naturaleza esencialmente mecanicista de la vida, y se referían al modo de poner en funcionamiento la maquinaria orgánica del ser humano mediante una acción química calculada, después de fallar los procesos naturales. Con el fin de experimentar diversas soluciones reanimadoras, había matado y sometido a tratamiento a numerosos conejos, cobayas, gatos, perros y monos, hasta convertirse en la persona más odiada de la Facultad. Varias veces logró obtener signos de vida en animales supuestamente muertos; en muchos casos, signos violentos de vida; pero pronto se dio cuenta que la perfección, de ser efectivamente posible, comportaría necesariamente toda una vida dedicada a la investigación. Así mismo, vio claramente que, puesto que la misma solución no actuaba del mismo modo en diferentes especies orgánicas, necesitaba disponer de sujetos humanos si quería lograr nuevos y más especializados progresos. Y aquí es donde chocó, con las autoridades universitarias, y le fue retirado el permiso para efectuar experimentos, nada menos que por el propio decano de la Facultad de Medicina, el sabio y bondadoso doctor Allan Halsey, cuya obra en pro de los enfermos es recordada por todos los vecinos antiguos de Arkham.Yo siempre me mostré excepcionalmente tolerante con los trabajos de West, y a menudo hablábamos de sus teorías, cuyas derivaciones y corolarios eran casi infinitos. Sosteniendo con Haeckel que toda vida es un proceso químico y físico, y que la supuesta «alma» es un mito, mi amigo creía que la reanimación artificial de los muertos podía depender sólo del estado de los tejidos; y que, a menos que se hubiese iniciado una verdadera descomposición, todo cadáver totalmente dotado de órganos era susceptible de recibir mediante el adecuado tratamiento, esa condición peculiar que se conoce como vida. West comprendía perfectamente que el más ligero deterioro de las células cerebrales ocasionadas por un período letal, incluso fugaz, podía dañar la vida intelectual y psíquica.


Al principio, tenia esperanzas de encontrar un reactivo capaz de restituir la vitalidad antes de la verdadera aparición de la muerte, y solo los repetidos
fracasos en animales le habían revelado que eran incompatibles los movimientos vitales naturales y los artificiales. Entonces se procuró ejemplares extremadamente frescos y les inyectó sus soluciones en la sangre, inmediatamente después de la extinción de la vida. Tal circunstancia volvió enormemente escépticos a los profesores, ya que entendieron que en ningún caso se había producido una verdadera muerte. No se pararon a considerar la cuestión detenida y razonablemente.


Poco después que el profesorado le prohibiese continuar sus trabajos, West me confió su decisión de conseguir ejemplares frescos de una manera o de otra, y reanudar en secreto los experimentos que no podía realizar abiertamente. Era horrible oírle hablar sobre el medio y manera de conseguirlos; en la Facultad nunca tuvimos que ocuparnos nosotros de conseguir ejemplares para las prácticas de anatomía. Cada vez que mermaba el depósito, dos negros de la localidad se encargaban de subsanar este déficit sin que se les preguntase jamás su procedencia. West era por entonces un joven, delgado y con gafas, de facciones delicadas, pelo amarillo, ojos azul pálido y voz suave; y era extraño oírle explicar cómo la fosa común era relativamente más interesante que el cementerio perteneciente a la Iglesia de Cristo dado que casi todos los cuerpos de la Iglesia de Cristo estaban embalsamados; lo cual, evidentemente, hacía imposibles las investigaciones de West.


Por entonces era yo su ferviente y cautivado auxiliar, y le ayudé en todas sus decisiones; no sólo en las que se referían a la fuente de abastecimiento de cadáveres, sino también en las concernientes al lugar adecuado para nuestro repugnante trabajo. Fui yo quien pensó en la granja deshabitada de Chapman, al otro lado de Meadow Hill; allí habilitamos una habitación de la planta baja como sala de operaciones y otra como laboratorio, dotándolas de gruesas cortinas, a fin de ocultar nuestras actividades nocturnas. El lugar estaba retirado de la carretera, y no había casas a la vista; de todos modos, era necesario extremar las precauciones, ya que el más leve rumor sobre extrañas luces que cualquier caminante nocturno hiciese correr podía resultar catastrófico para nuestra empresa. Si llegaban a descubrirnos, acordamos decir que se trataba de un laboratorio químico.


Poco a poco equipamos nuestra siniestra guarida científica, con materiales comprados en Boston o sacados a escondidas de la facultad —materiales cuidadosamente camuflados, a fin de hacerlos irreconocibles, salvo para unos ojos expertos—, y nos proveímos de palas y picos para los numerosos enterramientos que tendríamos que efectuar en el sótano. En la facultad había un incinerador, pero un aparato de ese género era demasiado costoso para un laboratorio clandestino como el nuestro. Los cuerpos eran siempre un engorro... incluso los minúsculos cadáveres de cobaya de los experimentos secretos que West realizaba en su habitación de la pensión donde vivía.


Seguíamos las noticias necrológicas locales como vampiros, ya que nuestros ejemplares requerían condiciones determinadas. Lo que queríamos eran cadáveres enterrados poco después de morir y sin preservación artificial alguna; preferiblemente, exentos de malformaciones morbosas y, desde luego, con todos los órganos. Nuestras mayores esperanzas estaban en las víctimas de accidentes. Durante varias semanas no tuvimos noticias de ningún caso apropiado, aunque hablábamos con las autoridades del depósito y del hospital, fingiendo representar los intereses de la facultad, si bien con no demasiada frecuencia en todos los casos, de manera que quizás necesitáramos quedarnos en Arkham durante las vacaciones, en que sólo se impartían las limitadas clases de los cursos de verano.
Al final nos sonrió la suerte; pues un día nos enteramos que enterrarían en la fosa común un caso casi ideal: un joven y fornido obrero que se había ahogado el día anterior en Summer's Pond; lo enterrarían sin dilaciones ni embalsamamientos, por cuenta de la ciudad. Esa tarde localizamos la nueva sepultura, y decidimos empezar a trabajar poco después de la medianoche.


Fue una labor repugnante la que acometimos en la oscuridad de las primeras horas de la madrugada, aun cuando en aquella época no teníamos ese horror especial a los cementerios que nuestras experiencias posteriores nos despertó. Llevamos palas y lámparas de petróleo porque, si bien ya habían linternas eléctricas entonces, no eran tan satisfactorias como esos aparatos de tungsteno de hoy día. El trabajo de exhumación fue lento y sórdido —podía haber sido horriblemente poético, si en vez de científicos hubiésemos sido artistas—; y sentimos alivio cuando nuestras palas chocaron con madera. Una vez que la caja de pino quedó enteramente al descubierto, West bajó y quitó la tapa, sacó el contenido y lo dejó apoyado. Me incliné, lo agarré, y entre los dos lo sacamos de la fosa; a continuación trabajamos denodadamente para dejar el lugar como antes.
La empresa nos puso algo nerviosos; sobre todo, el cuerpo tieso y la cara inexpresiva de nuestro primer trofeo; pero nos las arreglamos para borrar todas las huellas de nuestra visita. Cuando quedó aplanada la ultima paletada de tierra, metimos el ejemplar en un saco de lienzo y emprendimos el regreso hacia la granja del viejo Chapman, al otro lado de Meadow Hill.


En una improvisada mesa de disección instalada en la vieja granja, a la luz de una potente lámpara de acetileno, el ejemplar no ofrecía un aspecto demasiado espectral. Había sido un joven robusto y poco imaginativo, al parecer un tipo saludable, y plebeyo —constitución ancha, ojos grises y cabello castaño—; un animal sano, sin complejidades psicológicas, y probablemente con unos procesos vitales de lo más simple y sanos. Ahora bien, con los ojos cerrados, parecía más dormido que muerto; sin embargo, la prueba experta de mi amigo disipó en seguida toda duda al respecto. Al fin teníamos lo que West siempre había deseado: un muerto verdaderamente ideal, apto para la solución que habíamos preparado con minuciosos cálculos y teorías; a fin de utilizar en el organismo humano. Nuestra tensión era enorme. Sabíamos que las posibilidades de lograr un éxito completo eran remotas, y no podíamos reprimir un miedo horrible a las grotescas consecuencias de una posible animación parcial. Nos sentíamos especialmente aprensivos en lo que se refiera a la mente y a los impulsos de la criatura, ya que podía haber sufrido un deterioro en las delicadas células cerebrales con posterioridad a la muerte. Por lo que a mí respecta, aún conservaba una curiosa noción tradicional del «alma» humana, y sentía cierto temor ante los secretos que podía revelar alguien que regresaba desde el reino de los muertos. Me preguntaba qué visiones pudo presenciar este plácido joven, si volvía plenamente a la vida. Pero mi expectación no era excesiva, ya que compartía casi en su mayor parte el materialismo de mi amigo. Él se mostró más tranquilo que yo al inyectar una buena dosis de su fluido en una vena del brazo del cadáver, y vendar inmediatamente el pinchazo.


La espera fue espantosa, pero West no perdió el aplomo en ningún momento. De cuando en cuando, aplicaba su estetoscopio al ejemplar, y soportaba filosóficamente los resultados negativos. Al cabo de unos tres cuartos de hora, viendo que no se producía el menor signo de vida, declaró decepcionado que la solución era inapropiada; sin embargo decidió aprovechar al máximo esta oportunidad, y probar una modificación de la fórmula, antes de deshacerse de su macabra presa. Esa tarde habíamos cavado una sepultura en el sótano, y tendríamos que llenarla al amanecer, pues aunque habíamos puesto cerradura a la casa, no queríamos correr el más mínimo riesgo para que se produjera un desagradable descubrimiento. Además, el cuerpo no estaría ni medianamente fresco a la noche siguiente. De modo que trasladamos la solitaria lámpara de acetileno al laboratorio contiguo —dejando a nuestro mudo huésped a oscuras sobre la losa— y nos pusimos a trabajar en la preparación de una nueva solución, tras comprobar West el peso y las mediciones casi con fanático cuidado.


El espantoso suceso fue repentino y totalmente inesperado. Yo estaba vertiendo algo de un tubo de ensayo a otro, y West se encontraba ocupado con la lámpara de alcohol —que hacía las veces de mechero Bunsen en ese edificio sin instalación de gas—, cuando de la habitación que habíamos dejado a oscuras brotó la más horrenda y demoníaca sucesión de gritos jamás oída por ninguno de los dos. No habría sido más espantoso el caos de alaridos si el abismo se hubiese abierto para liberar la angustia de los condenados, ya que en aquella cacofonía inconcebible se concentraba el supremo terror y desesperación de la naturaleza animada. No podían ser humanos —un hombre no es capaz de proferir gritos así—; y sin pensar en el trabajo que estábamos realizando, ni en la posibilidad que lo descubrieran, saltamos los dos por la ventana más próxima como animales despavoridos, derribando tubos, lámparas y matraces, y huyendo alocadamente a la estrellada negrura de la noche rural. Creo que gritamos mientras corríamos frenéticamente hacia la ciudad; aunque al llegar a las afueras adoptamos una actitud más contenida... lo suficiente como para pasar por un par de juerguistas trasnochadores que regresaban a casa después de una francachela.


No nos separamos, sino que nos refugiamos en la habitación de West, y allí estuvimos hablando, con la luz de gas encendida, hasta que amaneció. A esa hora nos habíamos serenado un poco discurriendo teorías plausibles y sugiriendo ideas prácticas para nuestra investigación, de forma que pudimos dormir todo el día, en lugar de asistir a clases. Pero esa tarde aparecieron dos artículos en el periódico, sin relación alguna entre sí, que nos quitaron el sueño. La vieja casa deshabitada de Chapman había ardido inexplicablemente, quedando reducida a un informe montón de cenizas; eso lo entendíamos, ya que habíamos volcado la lámpara. El otro, informaba que habían intentado abrir la reciente sepultura de la fosa común, como si hubiesen hurgado en la tierra vanamente y sin herramientas. Esto nos resultaba incomprensible, ya que habíamos aplanado muy cuidadosamente la tierra húmeda.


Y durante diecisiete años, West anduvo mirando por encima del hombro, y quejándose que le parecía oír pasos detrás de él. Ahora ha desaparecido.



Puedes leer aqui el relato o descargarlo.


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Otros Capitulos del Relato de Terror Herbert West, Reanimador)
  • El demonio de la peste 
  • Seis disparos a la luz de luna
  • El grito del muerto
  • El horror de las Sombras
  • Las legiones de las tumbas


Nox Arcana - Theater of Illusion (2010)

http://www.megaupload.com/?d=QC87DLG9Dark Ambient/Gothic/Neoclásico

"Bienvenidos al 'Teatro de la Ilusión', un legendario escenario de la magia oculta más allá del umbral de los sueños y las pesadillas. He aquí los más extraños y desconcertantes actos realizados por los magos fantasmas y descubran los oscuros secretos que aguardan más allá del velo de las sombras."

"Nox Arcana les invita a entrar al reino de la fantasía mágica oscura y asi sumergirse en un paisaje sonoro de perseguidoras melodías, ritmos místicos y orquestaciones que acelerarán el pulso"


Nox Arcana - Theater of Illusion (2010)
  

01. Abracadabra
02. Cobwebs
03. Nostalgia
04. Forgotten Dreams
05. Edge of Darkness
06. Phantom Theater
07. Hypnos
08. The Curtain Rises
09. The Crimson Hourglass
10. Sinister Cabaret
11. Necromancer
12. The Mask of Arcana
13. Shadowplay
14. Voodoo
15. Mysterium
16. The Swords of Kali
17. Smoke and Mirrors
18. The Prestige
19. Black Fire
20. Dark Destiny
21. Lord of Illusions





"Sinister Cabaret" by Nox Arcana 

 

Erzsébet (Elizabeth) Bathory La Condesa Sangrienta

La Condesa Sangrienta.


Los hechos y personajes de las leyendas populares son, en ocasiones, detalles distorsionados de sucesos reales, la obra de campesinos simples. Sin embargo la historia muestra qué pálidos resultan los relatos sobre vampiros si echamos una mirada sobre la vida de Elizabeth Bathory, la condesa sangrienta.


La Infancia de Elizabeth.


Gabrielle Erzsebet Bathory-Nadasdy; más conocida como Madame Bathory es una de las figuras más tenebrosas y enigmáticas de la historia. Nace nada menos que en Transilvania en 1560 en el seno de una de las más poderosas y ricas familias del país. Entre sus parientes había un cardenal, y un príncipe de Transilvania. Su primo, el conde Thurzo fue primer ministro de Hungría, y hasta el rey Esteban de Polonia se contaba entre sus familiares. Pero entre la religión y los asuntos de estado, la familia tenía otros intereses; un tío era hechicero, una tía lesbiana; y un hermano célebre por sus conquistas amorosas, las cuales lograba a menudo a través de la fuerza.
Se dice que a los 4 o 5 años de edad la pequeña Elizabeth sufrió de violentos temblores y convulsiones. A los once años fue prometida al conde Ferencz Nadasdy, y enviada a pasar unas temporadas con su nueva familia. A los trece queda embarazada de un sirviente. El muchacho fue castrado y lanzado a los perros, y Elizabeth fue enviada a un remoto castillo familiar para que pariera. Se hizo desaparecer al bebé.


El Inicio del Horror.


A diferencia de la mayoría de la gente de su tiempo, Elizabeth poseía una inteligencia notable; hablaba perfectamente el húngaro, el latín y el alemán. Su cultura era extensa y sus modales impecables. Se piensa que ya en esa época el marido y la familia de Elizabeth conocían sus inclinaciones sádicas, pero estas actitudes no eran extrañas en la aristocracia, por lo que nadie consideró el asunto como relevante.
El 8 de mayo de 1575, a los 15 años se casa con el conde, quien tenía 26. Se mudaron al majestuoso castillo Csejthe en la región de Nyira, en el noroeste de Hungría. La pareja se veía en raras ocasiones debido a las actividades guerreras de Ferencz, conocido como el "guerrero negro". Diez años pasaron hasta que Elizabeth tuvo a su primera hija, Ana; luego vinieron Úrsula y Katherina, y finalmente su único hijo varón, Pàl. El 4 de enero de 1604 muere su marido, dejándola viuda a los 44 años. Cómo primera medida la condesa despide a su odiada suegra del castillo, y encierra en los sótanos a las protegidas de la anciana.
Durante su matrimonio, Elizabeth había trabado amistad con un sirviente, un tal Thorko, quien la inició en las prácticas de la nigromancia.
Ayudada por el sirviente y por su vieja niñera, Ilona Joo, Elizabeth comenzó a torturar a algunas criadas del castillo. Luego se agregaron otros cómplices: Johannes Ujvary, y dos brujas llamadas Dorotea Szentes y Dárvula.


Por esa época comienzan los rumores en los pueblos cercanos de que algo siniestro ocurría en el castillo. Espíritus sencillos hablaban de magia negra y oscuros rituales; otros, menos exaltados, meneaban la cabeza y afirmaban que la extraña obsesión de la condesa por su belleza era un simple acto de vanidad.


Bautismo de Sangre.


Cierto día, una de sus criadas le tiró de los cabellos accidentalmente mientras la peinaba. Elizabeth la abofeteó fuerte, tan fuerte que se salpicó la mano con la sangre de la muchacha. De inmediato, Elizabeth sintió que su piel en esa zona obtenía la frescura de su joven criada. Allí despertó el monstruo. Inmediatamente llamó a Johannes y a Thorko; desnudaron a la muchacha, le cortaron la garganta pronunciando diabólicas letanías y la desangraron en una tina. Ese día Elizabeth se dio su primer baño en sangre humana.
Entre 1604 y 1610, los oscuros agentes de Elizabeth se dedicaron a proveerle de mujeres entre 9 y 16 años para sus sangrientos rituales. En un intento desesperado por mantener las apariencias, la condesa convenció al pastor local para que a las desafortunadas se les diese funerales y entierros respetables. Cuando la cifra de muertes creció alarmantemente, el párroco comenzó a manifestar sus dudas. Elizabeth tuvo que empezar a enterrar a sus víctimas en los jardines del castillo al amparo de la noche. Algunos dicen que fue el párroco quien la denunció oficialmente ante el rey Matías a través de la curia clerical.

Las Torturas.



En aquella época, la condesa tomó la costumbre de quemar los genitales de las sirvientas con velas, carbones y hierros al rojo por pura y demencial diversión. También generalizó su práctica de beber sangre directamente mediante mordiscos en las mejillas, los hombros y los senos. Azotaba a las desafortunadas y no en la espalda, como era la costumbre, sino en los pechos; de esta manera podía ver los rostros aterrorizados y presos del dolor. En su obsesión creía que la sangre la mantendría siempre bella.
Según el testimonio de un testigo que acompañó al conde Thurzó al castillo de Madame Bathory, lo primero que vieron fue una joven en el cepo del patio, en un estado que lindaba con la muerte debido a los golpes que le habían fracturado los huesos de la cadera. En el interior del castillo encontraron a una muchacha desangrada en el salón; y otra que agonizaba con su cuerpo agujereado. En las mazmorras descubrieron a una docena de jóvenes más, algunas de las cuales habían sido cortadas y perforadas.


Se exhumaron cincuenta cuerpos. Todo el castillo estaba cubierto de manchas de sangre seca; cada corredor, cada salón, despedía el fétido hedor de la muerte y la putrefacción. Por el diario de Elizabeth, quien con metódica crueldad anotaba cada una de sus diversiones, sabemos que el número de sus víctimas es de al menos 612 personas.


Las torturas eran acompañadas de violentas orgías, los gritos de dolor se mezclaban con el paroxismo erótico de la condesa y sus agentes. Bebían la sangre mientras todavía manaba tibia de las heridas de las jóvenes.
En 1609, por falta de criadas en la zona a causa de semejante masacre, Elizabeth cometió el error que eventualmente acabaría con ella: comenzó a tomar niñas de buena familia con el pretexto de educarlas. La última víctima conocida fue una niña de 12 años llamada Pola, y su asesinato fue particularmente cruel, incluso hablando de la Condesa Sangrienta. Se desvistió a la joven y la encerraron en una especie de jaula.
Esta particular jaula estaba construida en forma de esfera, demasiada estrecha para sentarse y muy baja para estar de pie. En el interior estaba cubierta de hojas de un pulgar de largo; y sobre esta macabra celda Elizabeth y sus secuaces realizaron una interminable orgía, sacudiendo la jaula y provocando la tortuosa muerte de la muchacha debido a los profundos cortes.


En 1612 se inició el proceso, Elizabeth se amparó en sus derechos nobiliarios. Quienes sí comparecieron ante la ley, por la fuerza, fueron los siniestros colaboradores. El juicio se centró en las muertes de las jóvenes aristocráticas. Las jóvenes pobres carecían de importancia.
Salvo las brujas, todos los compañeros de Elizabeth fueron torturados y quemados en la hoguera. Katarina Beneczky, que con catorce años era la más joven de las ayudantes de la condesa, salvó su vida a expreso pedido de una de las sobrevivientes. A las hechiceras extrañamente sólo se les arrancó las uñas, por haberlas empapado en sangre cristiana.
La Condesa Sangrienta nunca fue declarada culpable, aunque si se la encerró en el castillo. El cuarto que le servía de prisión fue tapiado con ladrillos, se dejó sólo una rendija para pasarle los alimentos.

El Final.


El 31 de julio de 1614, Elizabeth Bathory dejó su testamento. El 21 de agosto de ese año uno de los carceleros la vio tirada boca abajo en su celda, se derribó la pared y se comprobó que estaba muerta. Así dejaba este mundo, a los 54 años de edad, la condesa sangrienta.
Elizabeth Bathory cometió toda clase de excesos en una absurda batalla en contra del tiempo. Su lucha tenaz y macabra por conservar la fugaz belleza física acabó con centenares de vidas; aunque la ironía del destino nos ha dejado una frase que es por lo menos inquietante:se dice que durante sus funerales, el párroco del pueblo de Eczed, afirmó:


Es la mujer más hermosa que mis ojos hayan visto.


Para aquellos que creen que ya no hay nada que pueda agregarse al mito de la condesa sangrienta, los invito a leer este excelente y breve ensayo de la escritora argentina Alejandra Pizarnik, llamado El Espejo de la Melancolía.


Desacargar Ensayo de Alejandra Pizarnik. La Condesa Sangrienta:




Libros Sobre La Condesa Sangrienta

- Ella, Dracula Erzsébet (Elisabeth) Báthory de Javier García Sanchéz (pdf & word)

- Báthory Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta de Isabel Monzón