El terror, la oscuridad y lo macabro tienen su espacio en la literatura gótica. Como comentábamos cuando nos referíamos a la poesía gótica, esta corriente artística nació en los últimos siglos de la Edad Media y tuvo una gran vigencia hasta la explosión del Renacimiento.
El término gótico comenzó a utilizarse en el siglo XVI, aunque en sus orígenes se trataba de una calificación peyorativa, que vinculaba a este estilo con los godos (los bárbaros). En las últimas décadas, a partir de mediados de 1970, el movimiento gótico mutó en una subcultura también conocida como dark, que adoptó la estética de la literatura de terror, las películas de dicho género y el post-punk.
Las historias narradas por la literatura gótica tradicional solían transcurrir en castillos y monasterios medievales. Aunque su espectro se amplió con el correr de los años, los viejos arquetipos nunca desaparecieron.
Los cementerios, las criptas y los páramos desolados son otros de los escenarios donde transcurren muchos relatos góticos. En cuanto a los personajes, aparecen todo tipo de villanos y seres malignos, como hombres lobo, vampiros, fantasmas, demonios y distintas clases de monstruos.
Hay quienes consideran que la obra fundadora de la literatura gótica fue “El castillo de Otranto”, presentada por el escritor británico Horace Walpole en 1765. “Los misterios de Udolfo”, escrita por la también británica Ann Radcliffe en 1794, es otro de los textos pioneros de este movimiento.
En el siglo XIX, varios autores escribieron obras clásicas de la literatura gótica, como “Frankenstein” de Mary Shelley, “El gato negro” de Edgar Allan Poe y “Drácula” de Bram Stoker.
Ya en siglo XX, se destacó la figura del estadounidense H.P. Lovecraft, quien supo conjugar la tradición gótica con la ciencia ficción. Este autor desarrolló los mitos de Cthulhu, con seres como el Necronomicón, el Nyarlathotep y el propio Cthulhu.
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